Los think tanks realizan una labor de mediación imprescindible entre el saber especializado, por una parte, y la comprensión natural del mundo, la cultura, de otra. Viven de traducir lo primero a lo segundo y viceversa, para evitar que acabemos perdidos.
Casi como una tormenta invernal, a finales de enero la Universidad de Pensilvania perpetra su ranking universal de think tanks (que yo sepa el DRAE no admite el término; en adelante TT), recibido con alborozo, ansiedad o disgusto (que de todo hay) por la comunidad afectada. Según ese ranking, en el Instituto Elcano hemos producido dos de los tres documentos más importantes de los años 2013 y 2014 de todo el mundo, nada menos, lo que me anima a dejar para otra ocasión la más que conveniente crítica a la metodología utilizada. Pero la relevancia que tiene ese ranking anual pone de manifiesto la importancia que los TT han ido adquiriendo, que es lo que me interesa ahora tras este minuto de publicidad. ¿Por qué los TT? ¿Para qué?
Y la respuesta es probablemente la siguiente: «Comenzando en los 70, los think tank de Washington, las policy shops, firmas de lobistas u otras instituciones, comenzaron a remplazar a las universidades como la fuente principal de ideas tanto de política interior como exterior… el poder y la influencia en la política gravitaron desde las universidades al mundo de los think tanks» . La cita es de Howard J. Wiarda, profesor de Relaciones Internacionales en varias universidades americanas y «thinktankero» profesional en un libro titulado La decadencia de las universidades y subtitulado Por qué las universidades han sido reemplazadas por los think tank de Washington como generadores de ideas políticas (University Press, 2014). Creo que tiene bastante razón. La cuestión es por qué, y si es un fenómeno coyuntural o limitado a los Estados Unidos.
Es indudable que los departamentos de ciencias sociales (economía e historia incluidos) de las universidades de todo el mundo llevan décadas madurando investigaciones elaborando conceptos modelos y esquemas, cada vez más precisos, pero sobre temas cada vez más limitados y específicos, lo que Ortega llamaba la barbarie del especialista. El resultado son comunidades transnacionales de investigadores, relativamente cerradas, que trabajan sobre cuestiones muy concretas, con lenguajes crecientemente esotéricos, aunque utilizando el inglés como lingua franca. Nada sorprendente, lo mismo ocurre en las ciencias experimentales. Sólo que estas no interesan al gran público como sí lo hacen las ciencias sociales, cuya especialización genera un notable ensimismamiento y una marcada pérdida de relevancia pública. Si miramos el índice de cualquier revista de economía, sociología o ciencia política, difícilmente tratará temas que pueden interesar al público culto, y si lo hacen, es casi seguro que no podrán entender casi nada.
Sospecho que el éxito de los TT es la contrapartida a esa tendencia (¿inevitable?) y, en buena medida, su complemento. Son centros de investigación y estudio en los que se constata que, en las actuales sociedades del conocimiento, la inteligencia sobre cualquier cuestión puede encontrarse, ciertamente, en las universidades, pero también en los servicios de estudio de las grandes empresas, por supuesto entre los técnicos de las administraciones públicas, también en las consultoras, en los medios de comunicación, y en muchos otros espacios. Los TT buscan generar comunidades de inteligencia aprovechando ese capital humano disperso, que tienen que identificar, atraer y extraer, para después sintetizarlo y ofrecerlo de vuelta a la sociedad, en lenguajes comprensibles y en medios accesibles. Si la academia habla por encima de la sociedad, los TT, por el contrario, pretenden hablar desde dentro y formar parte de su conversación.
Ello es consecuencia de una segunda diferencia, quizá la fundamental: los TT trabajan sobre problemas reales y no, como las universidades, sobre problemas científicamente delimitados. Se mueven al ritmo de las agendas políticas y sociales y tenemos sabido desde Reichenbach que la ciencia avanza por sus preguntas, no por sus respuestas.
Lo que genera una tercera diferencia: en los TT las barreras disciplinarias son un pasivo, pues los problemas reales son casi siempre «fenómenos sociales totales» (Marcel Mauss), multidimensionales. El actual conflicto de Ucrania, por citar un ejemplo próximo, es al tiempo política, economía, sociología, historia, pero también cultura, filología, arte, y más cosas, sin duda. Abordarlo requiere una aproximación interdisciplinar, sintética, no analítica. Y así, en los TT, a diferencia de lo que ocurre en la Universidad, trabajan codo con codo economistas, historiadores, politólogos, sociólogos, demógrafos, especialistas en temas militares o de seguridad, y un largo etcétera. Que deben saber hablar y entenderse entre ellos y con la sociedad.
El énfasis en problemas reales genera una cuarta diferencia: la orientación temporal de la investigación. La investigación universitaria busca explicar los fenómenos, y por ello mira hacia atrás, hacia las causas. Pero en los TT interesan más las consecuencias de los fenómenos que sus causas. Miramos hacia el futuro, no hacia el pasado, en un pensamiento prospectivo, no retrospectivo.
Una última diferencia, en buena medida conclusión y síntesis de todas las anteriores: la audiencia, y ya sabemos que la audiencia determina el medio (como decía Florian Znaniecki) y el medio marca el mensaje (como enseñaba Marshall McLuhan). Los científicos sociales se hablan a sí mismos en revistas especializadas o congresos y seminarios, y les interesa poco que les escuche el público culto. Por el contrario, los TT se preocupan (y mucho) por comunicar, por influir en audiencias cultas (cada vez más masivas, por cierto). Y por eso están en la vanguardia del uso de las páginas web o de las redes sociales. De ahí la paradoja de que, mientras los TT tienen fama de elitistas frente a las universidades, son estas las que se comportan de modo elitista, frente al comportamiento mucho más dialogante y universalista de los TT.
No estoy menospreciando la investigación «pura», de las universidades, pues de ella se alimenta el trabajo de los TT (y de todos). Sin la investigación pura realizada en las universidades no avanzaríamos un ápice. Pero su mismo éxito las aísla del debate público, y en ese espacio emergen los TT. Que resultan ser así un eslabón más en la cadena del conocimiento, un eslabón más en la división del trabajo de las modernas knowledge factories, las «fábricas del conocimiento», que van desde las universidades a algunas de las principales empresas del mundo. Los TT realizan una labor de mediación imprescindible entre el saber especializado, por una parte, y la comprensión natural del mundo, la cultura, de otra. Viven de traducir lo primero a lo segundo y viceversa, para evitar que acabemos «perdidos en la traducción».