Comenzamos la sesión repasando, a través de fotografías, las composiciones creadas el día anterior. Cada equipo había elaborado tres o cuatro propuestas distintas y, tras un proceso de votación, seleccionamos las cuatro más representativas. A partir de ahí, cada grupo debía recrear su composición elegida y trasladarla al tablero final.
Durante todo el proceso, David fue guiando a los participantes, orientándoles sobre aspectos técnicos y compositivos —como la disposición del color o el equilibrio visual—, pero siempre respetando su visión personal y animándoles a tomar decisiones propias. Su papel fue acompañar sin imponer, fomentando la autonomía creativa y la confianza en el propio criterio artístico de cada uno.
Fue un ejercicio que requirió concentración, coordinación y trabajo en equipo. Los grupos demostraron gran implicación, ayudándose mutuamente y mostrando una notable capacidad para observar, ajustar y cooperar. Prestaron especial atención al equilibrio de colores, las distancias y la armonía general del conjunto.
El siguiente paso fue pegar los triángulos en sus posiciones definitivas, un trabajo minucioso y colectivo donde unos aplicaban el pegamento mientras otros los colocaban con precisión y paciencia, buscando que el resultado final mantuviera la coherencia del diseño.
Para cerrar la sesión, cada equipo realizó una lluvia de ideas para titular su obra. Tras compartir y debatir las distintas propuestas, se sometieron a votación los nombres finales, que reflejan la creatividad y diversidad del grupo: Gran estrella, Cohete de colores, Ventanas mágicas y Casa del revés.
El ciclo de talleres concluyó con una sensación de entusiasmo. Más allá del resultado artístico, los jóvenes fortalecieron habilidades como la observación, la escucha, la cooperación y la expresión personal, guiados en todo momento por la mirada inspiradora y cercana de David Magán




















