Después de visitar la exposición de Iñigo Navarro en el Museo Lázaro Galdiano y conocer de primera mano su obra, los jóvenes llegaron al taller con una comprensión mucho más profunda de su universo pictórico. Aquella experiencia les sirvió como punto de partida e inspiración para crear las piezas.
Comenzamos el taller con una lluvia de ideas en la que todos participaron para construir una historia que guiaría lo que después pintarían en los lienzos. Entre todos imaginaron un escenario común: un bosque elegido por Iñigo, frondoso, con luz, con la presencia del sol y un lago que aportaba serenidad a la escena. A partir de este entorno, fueron incorporando distintos elementos: animales, insectos, un ciervo, pájaros y otros seres que iban dando vida a la historia.
Uno de los elementos que más llamó su atención —inspirado directamente en la obra de Iñigo— fue la figura de una persona con máscara. Esa máscara se convirtió en un recurso muy significativo para ellos: al no mostrar un rostro definido, permitía que cualquiera pudiera identificarse con esa figura y sentirse parte de la obra, como si fueran los propios narradores de la historia que estaban creando.
El taller fue muy libre y creativo. Cada uno comenzó haciendo bocetos en papel, explorando ideas y dando forma a los elementos que luego plasmarían en el lienzo. Una vez que tenían claro qué querían representar, decidían junto con Iñigo en qué parte del fondo común colocar sus dibujos para que todo encajara de forma armónica. Después pasaban a la pintura, trabajando con acrílico y representando aquello en lo que cada uno se sentía más experto: animales, plantas, texturas o pequeños detalles que enriquecían la escena.
Fue una sesión llena de imaginación, acompañamiento y libertad creativa, donde cada joven pudo aportar su mirada personal dentro de una misma historia colectiva.




















