Nos esperan el olvido y la soledad. Dirán que siempre se recordará a las víctimas, que recibirán el reconocimiento que merecen. Pero es mentira. Las víctimas serán olvidadas. Solo las recordarán sus familias, en la intimidad del hogar y del dolor. Así será, inexorablemente, porque es necesario para unos, indiferente para otros y los que deberían impedirlo no lo harán.
Dicen que ya no habrá más muertos. Es un alivio inmenso. Podremos vivir sin miedo, esa emoción primaria y paralizante que nos ha atenazado durante tantos años. Quizá esa sea la razón del Síndrome de Estocolmo colectivo que estamos padeciendo. Nuestros agresores ya no van a atacarnos más, han decidido erradicar los crímenes de su actividad futura. Nos perdonan. Nos dejan vivir. ¡Y dicen que nos respetan! Por eso debemos darles las gracias y estar muy contentos. A cambio piden poca cosa, que nos olvidemos de todo, que les dejemos ser y estar, pasearse, vanagloriarse, representarnos, contarnos sus historias -no todas, solo las que no comprometan a sus compañeros- y, sobre todo, que sus víctimas no les molesten. Nada de justicia, mucho silencio y si acaso algo de difusión si alguna se muestra proclive al perdón y la reconciliación de igual a igual.
Están tranquilos. Saben que ocurrirá así. A pesar del ruido, de las palabras altisonantes, de la sincera indignación de muchos ante su infame propaganda. Su estrategia funciona. Aunque no engañe. Porque los que pueden impedirla no lo hacen. Y no lo hacen porque les parece bien que los que mataron a tantos españoles se rehabiliten y formen parte de nuevo de la sociedad. Como si nada. Hace mucho tiempo que decidieron que estaban dispuestos a pagar ese precio.
Tienen futuro. Incluso conquistarán el poder que anhelan y transformarán la historia a su antojo.Convertirán el mal en bien. Explicarán que a veces matar es legítimo y necesario -según a quién, porque no todas las vidas son iguales- y que tuvieron que hacerlo para conseguir llegar a donde están. Pero que han renunciado a volverlo a hacer y por eso ya no se les puede reprochar nada. Y como no se les puede reprochar nada, las víctimas y su cansina reclamación de justicia no deben molestar.
Mientras, los que podrían haber impedido este escenario indigno, injusto, cobarde y tramposo, nos dicen que los terroristas han sido derrotados sin contrapartidas. Y quieren que nos lo creamos.
Ya no matan. Lo demás no importa.