¿Por qué los gobiernos españoles, desde la Transición, han cedido continuamente ante las pretensiones de los que primero se llamaron catalanistas, luego nacionalistas, luego soberanistas y, por fin, separatistas? Uno de los graves problemas de la democracia es el corto horizonte temporal que impone a los políticos. El elector medio sólo se preocupa por el presente y el futuro muy inmediato. Los políticos miopes son los que ganan elecciones. Los políticos con visión grande (Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Adenauer) triunfan sólo en las grandes crisis: en el transcurso normal de la vida política, los visionarios se quedan en la cuneta y gobiernan los que simplemente aspiran a salir del paso. El político miope, como Chamberlain, cuyo slogan era “Paz en nuestro tiempo” (es decir, ahora mismo, cueste lo que cueste, pero salgamos del lío de momento, sin pensar en el futuro), que en 1938 cedió ante Hitler, abandonando Europa a su triste suerte, fue recibido con fervoroso y masivo entusiasmo en Inglaterra cuando volvió de Múnich de “dialogar” amistosamente con el Führer y de obtener unos cortos meses de tregua. Un éxito parecido esperaba obtener sin duda el presidente doctor Sánchez cuando “dialogó” en La Moncloa con el president Torra, que ostentaba el churro amarillo en la solapa para escarnio del sistema judicial español. No importa, hombre, lo que buscamos es “paz en nuestro tiempo”. Hoy. Mañana, Dios dirá.
Y así resulta que tanto el PP como el PSOE llevan cuarenta años inclinándose obsequiosamente ante las embestidas del separatismo. Uno, «no quería líos»; el otro, dice que quiere “normalizar la situación en Cataluña”, como si “normalizar” fuera consolidar la división entre catalanes y el aplastamiento de los no separatistas. Pero lo que de verdad quiere el doctor Sánchez es continuar haciendo equilibrios en la cuerda floja a ver si se le ponen bien las encuestas. Un ingenuo pensaría que si las elecciones dieran la victoria a los socialistas, cabría la esperanza de que este partido, libre ya del chantaje de los separatistas, fuera menos servil hacia ellos. Pero hay razones muy poderosas para desconfiar. En primer lugar, lo más probable es que, aunque el PSOE avanzara en las elecciones por la ventaja que tiene el que ostenta el poder, no consiguiera dejar de depender de los votos separatistas; o de Podemos, que viene a ser lo mismo. En segundo lugar, aunque Sánchez lograra mayor holgura en las Cortes, su política territorial no cambiaría gran cosa, porque carece de la visión y la valentía necesarias para enfrentarse con el separatismo. Además, aunque su ideología sea vaga y nebulosa, y le impela a desdecirse casi diariamente, ha repetido con insistencia dos frases muy reveladoras: que el “modelo educativo catalán” es un éxito y que España es una «nación de naciones». En esto último ha sido secundado recientemente por su ministro de Asuntos Exteriores, que ha aprendido enseguida de su jefe el arte de desdecirse.
Lo de la “nación de naciones” es un dislate que revela absoluta ignorancia de la historia del siglo XX, cuando las tres “naciones de naciones” europeas (Imperio Austriaco, Yugoslavia y Unión Soviética) se desmembraron entre episodios de gran violencia y sufrimientos. ¿Desea el doctor Sánchez un destino similar para España? Pues, con todo, de las malas ocurrencias de Sánchez, ésta no es la peor, porque, al fin y al cabo, aunque el sistema de las autonomías se está deslizando por la pendiente de la desmembración, aún no estamos en ella, y para llegar a la etapa final, la de la “nación de naciones”, habría que salvar aún algunos obstáculos parlamentarios y judiciales.
La peor de todas las ideas de Sánchez (y ya es decir) en materia de política territorial es la de que el «modelo educativo catalán» es un éxito; es una idea pésima porque ese modelo ya existe y funciona a pleno rendimiento. Y, bueno, en cierto modo, sí, es un éxito; es un éxito para el separatismo. El sistema educativo catalán, tratando al español como un idioma extranjero secundario, y adoctrinando a los alumnos desde su más tierna infancia en el odio a España y en la “formación del espíritu nacional” catalán, es realmente, la célula madre del separatismo. Gracias a él, cada nueva generación es más separatista que la anterior, de modo que los hispanófobos no tienen que inquietarse; les basta un poco de paciencia y seguir agitando el cotarro.
Para jóvenes que no han sido educados en castellano, para los que el español es una lengua extraña, España es un país extraño también. Como percibió hasta el corresponsal de The Economist el mes pasado, la alcaldesa de Vic, que es maestra, habla el español con dificultad. A fuerza de «modelo educativo catalán», la barrera entre Cataluña y el resto de España es cada vez más alta. Por eso los separatistas ponen el grito en el cielo cada vez que se habla de restaurar el modelo de bilingüismo constitucional. Saben que el «modelo educativo catalán» constituye la llave infalible que, más pronto o más tarde, abrirá la puerta de la desconexión, y se aferran a él con uñas y dientes. La fórmula la inventó Pujol: escuela en catalán y, como dice el citado corresponsal, con un tinte nacionalista (a nationalist tinge; pero tinte es una palabra muy débil), los medios de comunicación al servicio del separatismo, lanzando consignas y aireando agravios imaginarios (nos odian, nos roban, nos oprimen, nos encarcelan, etc.) Para los discípulos de Goebbels, una mentira mil veces repetida se convierte en verdad, y así ocurre en la Cataluña de hoy. La historia que se enseña en las escuelas catalanas es goebbelsiana pura. Por ejemplo: el franquismo sólo oprimió a Cataluña, la Guerra Civil fue una guerra de España contra Cataluña, lo mismo ocurrió en la Guerra de Sucesión, Cataluña es una nación y España no, Cataluña es la nación más antigua del mundo, porque ya lo era en el siglo XI, Cataluña también era una nación democrática y fue la victoria de Felipe V de Borbón lo que mató en flor aquel glorioso proyecto, Cataluña fue oprimida por Felipe V y sus sucesores, el catalán es una lengua perseguida en España (que es, dicho sea de paso, el único país, con Andorra, donde se habla, porque en Francia y en Italia se habló, pero ya prácticamente ha desaparecido. Es igual: es en España donde se oprime al catalán, y no hay más que hablar -en castellano, por supuesto-). Todo esto, y mucho más, es rigurosa y clamorosamente falso, y sin embargo todos los días se les enseña ex cathedra a los niños catalanes.
Así se explica una de las grandes peculiaridades de la política nacionalista en Cataluña. Cuantas más concesiones obtienen los secuaces de Pujol, cuanto más dinero reciben (ya se sabe que Cataluña es, con gran diferencia, la región más endeudada con el Estado español), más indignados están. Es que los catalanes no se indignan por lo que ocurre: ya vienen indignados del colegio. Si no se pone fin a esto, la independencia de Cataluña será un hecho más pronto o más tarde. Porque aún ahora los independentistas están en minoría sólo por un pequeño margen, pero adoctrinados desde la infancia, y diariamente reprimidos y acosados los constitucionalistas por el Govern separatista, que existe gracias a una injusta y obsoleta ley electoral, el vuelco está al llegar. Y sin duda la política del doctor Sánchez contribuirá a que ese vuelco llegue pronto.
El remedio a esta situación no tiene por qué ser violento. No hace falta policía, ni menos tanques (como querrían los separatistas). Bastaría con que el gobierno español dejara de subvencionar, en Cataluña y en toda España, las escuelas que no cumplan con el bilingüismo constitucional, que desacaten las sentencias de los tribunales, y que enseñen esa historia del “tinte nacionalista” que lava el cerebro de los niños catalanes y los llena de odio hacia el Estado que patrocina esas escuelas que lo denigran cinco días cada semana. El modelo educativo catalán será un éxito para los dos millones de votantes separatistas; pero para los restantes 44 millones de españoles, en especial, claro, para los catalanes no separatistas, ese modelo es una calamidad desastrosa y una constante amenaza. ¿Lo entiende usted, doctor? ¿O se lo explico con un gráfico?