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Llevamos dos días de los nervios algunos españoles porque en pleno agosto nos ha arrebatado la última de nuestras certezas. Dice Andrea Levy, la pensadora del Partido Popular, que en España hay naciones sin estado. Eso lo ha dicho y aunque después ha querido dar por desmentidas mil cosas que no ha dicho, esa que ha dicho no la desmiente. Afirma, muy cierto, que existe una única nación, la española, pero añade sin despeinarse que dentro de la misma existen naciones sin estado. Es decir, que ya ha llegado la joven por sí misma al descubrimiento de Pedro Sánchez de la nación de naciones. El PP usa el verano para acomodarse donde se había colocado el PSOE hace un año. Así, el PSOE se podrá ir un poco más lejos en otoño. Siempre todos en el mismo camino, en la misma dirección hacia la destrucción de la Nación española y la deslegitimación de la Constitución. Sin dar jamás un paso atrás. Sin una enmienda. Sin una mínima reflexión sobre la posibilidad de que las soluciones quizás pudieran estar en la dirección contraria a una centrifugación de cuarenta años cuyos resultados son palmariamente catastróficos y amenazan con llevarnos al enfrentamiento civil a medio plazo.
Pues no. El PP, el último partido político que defiende o defendía aún verbalmente la existencia de la Nación Española se lo está replanteando. Dicen que no, pero saben que sí. Como siempre que el PP abandona una posición en algo trascendental para España, lo hace emulando las más perversas transformaciones del PSOE. Así ha sucedido con el terrorismo de ETA, con la Memoria Histórica, con la ideología de género, con la política fiscal, con la reforma constitucional y ahora con este comienzo de adaptación a la demente y vacía posición del PSOE sobre la Nación. Que no soluciona nada y por el contrario cede de nuevo posiciones al enemigo y debilita al Estado. Inspirada como está en aquella felonía de «la nación discutida y discutible» de Zapatero, ser lamentable y venenoso allá donde actúe.

Esta vez el PP parece tener prisa. Porque se le echa encima el día 1 de octubre y ya está buscando acomodo para la situación que surja cuando una nueva brutal afrenta y desafío al Estado de Derecho quede sin la respuesta proporcional necesaria que exigiría la suspensión o radical revisión de la autonomía. Cada vez son más los que creen que el Gobierno no se va a atrever a tomar las medidas necesarias para frenar el golpe de estado, detener a los culpables y restablecer el orden y la ley en Cataluña y toda España. Una tarea histórica que habría sido más fácil antes, si algún líder pensante y responsable hubiera puesto los intereses del Estado y de la Nación Española por encima de sus mezquinos intereses de legislatura. Pero esa tarea histórica de acabar con esta deriva suicida tendrá que hacerse más pronto que tarde. Si no es ahora será más adelante con mayor coste. Cuarenta años ya atacan y agreden los separatistas, con balas, odios y mentiras a la Nación española. Y les ha cundido. Frente a ellos no hubo ni hay una defensa integral y coherente de quienes juraron defender Constitución y Nación. No hay respuesta con músculo moral ni proyecto nacional frente al inmoral y totalitario desafío. La respuesta es una baba retórica, mezcla de pensamiento débil y miseria moral de Pedro Sánchez o la chiripitifláutica «pensadora» del PP. Pero además de necedad e impotencia hay bajeza: porque esta orgía de la prostitución semántica, este alarde de contorsionismo verbal, pretende vaciar de significado todos los conceptos para que los españoles acaben por no entender que se les está robando la patria.

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