Pero lo tiene más difícil que su asesino, el célebre ‘Txapote’, maestro del tiro en la nuca, experto en matar por detrás disparando casi a cañón tocante sobre la zona occipital de la cabeza de sus incontables víctimas. Entre ellas, Miguel Ángel Blanco. El etarra García Gaztelu, alias ‘Txapote’, está preso y coleando en la cárcel de Huelva. Blanco, el héroe que nunca soñó con serlo, está encerrado en otra cárcel muy distinta, sin rejas, de techo marmóreo, blanco como su apellido. En una prisión de la que no se sale vivo situada en Faramontaos, un pequeñísimo pueblo de Orense. En una celda el triple de honda que de ancha, cuya lápida cuidan con devoción Aurelio y Pacita, los tíos del concejal asesinado de Ermua.
¿Pero qué sentido tiene hablar a estas alturas de algo tan lejano y desagradable como los asesinatos de ETA, cuando la organización terrorista lleva cinco años sin matar? ¡Qué pereza!, podrán decir muchos con razón. ¿Para qué desenterrar a los muertos?, cabría añadir. ¡Y, encima, en verano! Pues un día como hoy, 10 de julio, y en una semana como esta tiene todo el sentido hablar de aquel chico de 29 años, ejecutado a lo largo de 48 horas, con sus 2.880 minutos y sus 172.800 segundos. Una pena de muerte que se extendió desde las 4.30 pm del 10 de julio de 1997, en que fue secuestrado en Eibar (Vizcaya), hasta a la misma hora del día 12, en la que lo mataron a unos kilómetros de Lasarte (Guipúzcoa).
Tal día como hoy arranca, por tanto, la cuenta atrás para conmemorar el 20 aniversario del asesinato. En esta semana en la que el lehendakari Íñigo Urkullu solicitó en Madrid el regreso a casa de los más de 300 presos etarras distribuidos en cárceles del territorio nacional fuera de Euskadi. Será casualidad, pero la petición de Urkullu al Gobierno central coincide con el inicio de conversaciones de Mariano Rajoy en su recolección de apoyos para poder formar gobierno. Los 5 diputados del PNV en Madrid, el partido de Urkullu, no hacen granero entre 350 parlamentarios del Congreso pero ayudarían al granjero Rajoy para continuar en Moncloa.
Alguien dijo que la Historia no se puede repetir, pero sí puede contarse de otra manera. Por eso es importante contar y recontar la historia de todas las víctimas del terrorismo. En este caso, de las víctimas de ETA. Y de entre todas, la de Miguel Ángel Blanco es una de las más conmovedoras. Sobre todo, si se confronta con el discurrir de las vidas de sus asesinos.
Miguel Ángel Blanco, por ejemplo, quería tener al menos dos hijos con su novia Mari Mar. Dos hijos son los que han tenido sus asesinos, la pareja formada por Francisco José García Gaztelu (‘Txapote’) e Irantzu Gallastegui Sodupe (Amaia). Él fue quien descerrajó dos tiros al reo, uno detrás de la oreja derecha, “al moverse el cabrón”, parece ser que exclamó ‘Txapote’ indignado, porque hasta ese momento donde ponía el ojo puso la bala.
La bala del calibre 22 se quedó alojada en el hueso mastoideo, ese que sobresale al palparse detrás de la oreja. El segundo disparo, el mortal, digno de la factoría del asesino, penetró el centro de la nuca de Miguel Ángel. Ella, Irantzu, fue quien engatusó al concejal del PP cuando salía de la estación de Eibar en la tarde del 10 de julio de 1997, camino del trabajo. Convenció a Miguel Ángel hasta llevarlo al coche con el que fue secuestrado. También fue Gallastegui Sodupe quien, dos días después, condujo el vehículo hasta el bosque donde acabó la vida del joven Miguel Ángel.
Blanco Garrido era hijo de un albañil y de un ama de casa, emigrantes ambos en Ermua procedentes de Galicia. Irantzu Gallastegui, por el contrario, pertenece a una familia de vascos de toda la vida, muy bien posicionada socialmente. Hija de un arquitecto, es nieta de uno de los dirigentes notables del PNV en la primera mitad del siglo pasado. Miguel Ángel estudió en una escuela pública y ella fue educada en una ikastola dirigida por su padre. Irantzu tuvo todo desde niña y en ese todo entraba la religión del odio contra el ‘invasor’. Por el contrario, el sueño de Miguel Ángel era más simple: convertirse en el primer licenciado universitario de la familia Blanco Garrido, cuyos abuelos eran diplomados en la carrera de la supervivencia.
El lehendakari Urkullu es un político pragmático y sensato, como ha demostrado durante todos estos años de arrebato independentista catalán. No se ha dejado llevar por esos cantos de sirena más orientados al caos y al desgobierno que a la tierra prometida fuera de España. El 10 de julio de 1997, al conocerse el secuestro de Miguel Ángel, el joven Urkullu se encontraba en la sede central del PNV en Bilbao, la Sabin Etxea (la casa de Sabino), desde donde observó con atención cómo actuaba el líder del partido, el ex jesuita Xabier Arzalluz.
Esta semana, como decimos, Urkullu estuvo en Madrid para solicitar públicamente el acercamiento de los presos etarras al País Vasco así como el traspaso de la gestión de los centros penitenciarios instalados en Euskadi, dos reivindicaciones históricas en la agenda de Vitoria. De hecho, Miguel Ángel Blanco fue secuestrado y asesinado con este pretexto: ETA dio un plazo de 48 horas para el acercamiento de los presos a cárceles del País Vasco. En realidad lo que buscaba era un golpe de efecto para contrarrestar la imagen de derrota instalada entre sus comandos tras la liberación de Ortega Lara por la Guardia Civil, hecho que se produjo sólo 10 días antes del secuestro del concejal de Ermua.
Miguel Ángel Blanco, como es lógico, querría salir de su cárcel en Faramontaos (Orense) para hacer las cosas simples de la vida: ir a trabajar a la gestoría de Eibar, tocar la batería con su grupo Póker, retomar su carné del PP de Vizcaya con el número de militante 3.322, tener los dos hijos que no llegó a concebir… Pero no le va a ser posible, porque como dice William Munny, el protagonista de Sin Perdón, “cuando matas a una persona no sólo le quitas lo que tiene, también le robas lo que podría tener”.
‘Txapote’, lógicamente, también desea abandonar la cárcel cuanto antes, matara a quien matase, como a Gregorio Ordóñez, Fernando Múgica o al mismo Blanco. García Gaztelu, preso en la misma cárcel que su compañera y madre de sus hijos, Gallastegui Sodupe, está a 900 kilómetros de Euskadi; en kilómetros, un poco más lejos de su tierra que el mismo Blanco, a 600 kilómetros desde Faramontaos a Ermua.
Txapote y su esposa Amaia quieren volver a Euskadi para ver envejecer a sus dos hijos, los que Miguel Ángel no pudo llegar a tener. Con suerte, hasta disfrutarán de sus nietos. Lo mismo sucederá con decenas de etarras que dejaron huérfanos a cientos de víctimas de ETA. Por todo ello, Urkullu, además de pedir a ETA su desarme definitivo y su disolución antes de un año, como hizo en la citada conferencia en Madrid, ha de exigir a los asesinos que pronuncien la palabra más corta y difícil de pronunciar: p-e-r-d-ó-n. Quizás así podrá haber algo de paz en las cárceles donde están enterradas las 858 víctimas de ETA. La paz de los cementerios.
Miguel Ángel pudo ser el hijo, el hermano, el amigo de cualquiera de nosotros. Merece, pues, un respeto histórico. Por todo esto, he tenido el atrevimiento de escribir un libro sobre este personaje muerto antes de tiempo, hijo de unos ‘Belarri Motzas’ (orejas cortas como Sabino Arana llamaba a los maquetos que llegaban al País Vasco a ganarse la vida). Un libro que llegará poco antes de este otoño, con un punto de nostalgia similar a la frase que figura en el monumento funerario de Faramontaos: “Porque has soñado entre los rincones de las estrellas, hallaste un camino de luz que fluye hacia la liberación”.