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«Somos todos responsables del aborto. El hombre existe y coexiste con sus semejantes. Cuando el Génesis afirma que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza se refiere a que hemos recibido la facultad de transmitir la vida»

«Somos todos responsables del aborto. El hombre existe y coexiste con sus semejantes. Cuando el Génesis afirma que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza se refiere a que hemos recibido la facultad de transmitir la vida»

RECORDABAN días pasados los científicos que nuestro ADN actual difiere poco del de los hombres de Atapuerca, que no tenían coche ni calefacción en los inviernos de las estribaciones de la sierra de la Demanda. Pisaban vericuetos por nadie andados, curaban sus resfriados al aire libre, vivían en cuevas, comían carne cruda y vestían con pieles de animales. No estaban «civilizados».

PIEDRA

Pienso así también de mis antecesores los habitantes de la sierra de la Demanda. El sentimiento y la pena me embargan y a la vez los admiro porque no mataban a sus hijos. Los defendían del frío y de las fieras y luchaban duramente para proporcionarles los alimentos necesarios, dispuestos a perder la vida por ellos y por su madre. Mi pensamiento no se basa en documentos arqueológicos encontrados. Confieso con tristeza que pienso de este modo porque esta es la conducta de las fieras de la selva. Estas tampoco matan a sus crías.

Ahora nos creemos civilizados. A miles de años de distancia podemos manipular los embriones humanos seleccionando los buenos y tirando a la basura los restantes. Miles de seres humanos inocentes mueren anualmente en España y varios millones en el mundo, víctimas de unos técnicos cuya profesión consiste en proteger la vida. No sé qué pensarán los partidarios de la Revolución Francesa de los ideales Igualdad y Fraternidad, robados al Evangelio, hoy ahogados por la Libertad.

Los gulags, las cámaras de gas, las bombas atómicas, las revoluciones no causaron tantas muertes inocentes. Nuestra libertad ha progresado más allá de las facultades dadas por el creador y el código otorga a madres y padres, incluso menores de edad, el derecho a matar a sus hijos. A la madre, el título más honroso de todos los títulos humanos, le permite manchar su corazón con la sangre del hijo, tal vez hermano tuyo.

El progreso material y técnico con sus comodidades ha aumentado el egoísmo del hombre moderno anteponiendo el mal al bien en beneficio de la libertad. La civilización, de tantas formas definida, no consiste en tener máquinas y dinero. ¿Acaso no es más civilizado el hombre de Atapuerca defendiéndose de sus enemigos con garrotes que el hombre actual matando con bombas atómicas a miles de personas indefensas? En la naturaleza ningún ser vivo mata a sus descendientes. Víctor Hugo escribió: «Salvar la civilización es salvar la vida de un pueblo».

Ya es extraño que los partidos políticos se hayan ocupado con más fervor de los sufrimientos de las madres que de los daños de las guerras y el azote del hambre. La mayoría absoluta de las madres no son abortistas. Dios las ha creado con afectividad y sentimientos mucho más perfectos que los del varón. La más sublime actividad de la humanidad es la creación de la vida, don exclusivo de la mujer. Aristóteles escribió: «Vivir moralmente vale más que vivir». Esto es la civilización. Todas las madres merecen el mismo respeto que la nuestra. Recortando cuanto es lujoso y superfluo sobraría dinero para recoger y educar a los hijos no queridos. La protección a las madres debe evitar en todos los casos la muerte de sus hijos, que les destroza el corazón para siempre.

Es la madre la persona más querida, el más aguerrido varón no puede borrarla de su corazón. El Calvario mismo perdería gran parte de su divina admiración sin su presencia. Las más grandes alabanzas y honores de la literatura son para ellas, los poetas sienten frenada con lágrimas su inspiración antes de escribir de sus madres. Las grandes hazañas del varón o sus éxitos se deben muchas veces a ellas. Nadie puede reprochar nada a los que aman a su madre y le corresponden con ternura. Somos todos responsables del aborto. El hombre existe y coexiste con sus semejantes. Cuando el Génesis afirma que Dios nos ha creado a su imagen y semejanza se refiere a que hemos recibido la facultad de transmitir la vida. En cambio, nos ha prohibido quitársela a otros. La perinatología deberá encargase de cuidar al ser humano hasta después de su nacimiento. El derecho de este ser a vivir es más importante que otros derechos menos fundamentales de la madre. La casuística no puede cambiar el derecho. Al contrario, obliga a todos a asumir las consecuencias.

Entre la concepción y el nacimiento nada ocurre que dé lugar a un cambio de vida. Interrumpir este proceso homogéneo equivale a anular el derecho de este futuro hombre a la vida. Significa matar. La primera obligación de todos consiste en proteger a este ser tan débil. En esto consisten la civilización y el verdadero progreso de una nación. No hay amor más grande que esta forma de amor; por eso el hombre no quiere morir. El respeto a la vida es el principio fundamental de toda moral. Pienso sinceramente que los hombres y mujeres de Atapuerca nos ganan en esto.

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