Conozco personalmente a muchas víctimas del terrorismo etarra. Algunas han integrado listas electorales del PP (Mari Mar Blanco), otras del PSOE (Eduardo Madina) y otras de UPyD (Rubén Múgica) o VOX (José Antonio Ortega Lara). La mayor parte de ellas carece de adscripción partidista.
Los sicarios del hacha y la serpiente han asesinado a cerca de mil personas inocentes a lo largo de su sanguinario historial delictivo y herido en cuerpo o alma a muchas más. Las menos, aunque demasiadas, cayeron por representar a las siglas de un partido español. Las más, por vestir el uniforme de la Guardia Civil, la Policía o el Ejército. Otras, en cantidad insoportablemente elevada, compraban en un gran almacén, dormían en un aeropuerto o sencillamente paseaban por la calle cuando estalló un coche bomba. ¿Es posible determinar un patrón ideológico común a los fallecidos o sus familiares? No. ¿Comparten puntos de vista sobre el aborto, los impuestos o la independencia de Cataluña? Tampoco. Cada víctima tiene su propia forma de pensar, su particular sensibilidad y su libertad plena a la hora de votar. Por eso resulta repugnante, además de falaz, empeñarse en imputarles una disposición especial a dejarse manipular políticamente. Las víctimas del terrorismo están tan instrumentalizadas por uno u otro partido como los médicos, los periodistas o los carpinteros, ni más ni menos.
Como siempre hay lacayos dispuestos a ser la voz de sus amos a cambio de un buen pesebre, coreando consignas huecas, este mensaje de la presunta manipulación de las víctimas se repite de un gobierno a otro. Cuando la AVT convocó manifestaciones en protesta por la negociación de Zapatero con ETA tuvimos que oír a sus tertulianos de cámara lamentarse de que esa organización hubiera caído en manos del PP. Ahora que los de Rajoy siguen la hoja de ruta pactada en ese cambalache y provocan la repulsa airada de Covite (colectivo de víctimas del País Vasco) y de la misma AVT, son los correveidiles de Génova quienes esparcen la especie de que algunas formaciones de nueva creación están utilizando a las víctimas en su beneficio. Unos y otros faltan a la verdad y ofenden la dignidad de las víctimas, añadiendo a su dolor el escarnio de ser tildadas de estúpidas.
Cada víctima es un ser individual, único e irrepetible, con sus creencias y su ideología. Las asociaciones que las representan se rigen por criterios democráticos y representan, por consiguiente, la voluntad de la mayoría. Esa mayoría ha sufrido en sus carnes el zarpazo del terror y tiene todo el derecho a exigir Justicia. Esa mayoría se opone a la impunidad total o parcial de los terroristas, por muy disfrazada de «humanitarismo» que esté, y demanda que se cumpla la Ley y cesen las excarcelaciones prematuras. Esa mayoría considera que está siendo objeto de una monumental estafa por parte del Estado de Derecho y reclama que se ponga fin a las mentiras.
No son de izquierdas ni de derechas. O mejor dicho; las hay de izquierdas y de derechas, pero antes que de izquierdas o de derechas son padres, madres, huérfanos, viudas que han perdido a sus seres más queridos a manos de unos asesinos irredentos. No necesitan ser instrumentalizadas por unas siglas para oponerse con todas sus fuerzas a cualquier medida de gracia otorgada a terroristas que ni se arrepienten ni piden perdón ni mucho menos colaboran con la Justicia. Su lucha no es fruto de manipulación alguna sino de la rabia e impotencia que sienten al constatar que su dignidad y la de sus muertos es el tributo pagado por estos líderes sin músculo a cambio de esta “paz” de los cobardes.