Qué clase de patología social lleva a un grupo con apariencia humana a recibir entre vítores a un criminal como Balerdi, jaleado en las mismas calles que él regó de sangre. Media docena de asesinatos.
Mientras se entretenía apedreando a un juez murciano por emitir su opinión sobre el origen de la violencia de género (ríete tú de la presunta ley mordaza), el sector progre no prestó ni una pizca de atención a lo que sí es la última manifestación de una infame patología social, la que este batallón de penas cree la más grave lesión moral que sufren los habitantes de estas tierras: esta semana una multitud recibía –con sonora ovación callejera, «pasillo de gloria», ramo de flores y aurresku incluidos– a un criminal etarra que volvía a San Sebastián tras salir de la cárcel por participar en media docena de asesinatos, disparando o dando cobertura para que otro hampón apretara el gatillo.
El canalla retornado atiende al nombre de Francisco Javier Balerdi Ibarguren, un sujeto que fue capaz de descerrajarle dos tiros en la cabeza al funcionario de prisiones Ángel Jesús Mota Iglesias, en la calle Matía de la capital donostiarra, cuando llevaba a su hijo de cinco meses en brazos. Aquel bebé habrá cumplido el pasado noviembre 26 años y de su padre solo conoce lo que le ha contado su madre y la lápida del cementerio. Igual que su hermana mayor, primogénita del matrimonio, que tenía apenas año y medio cuando escuchó los tiros en la calle.
Ocho meses antes, el canalla retornado asesinaba también a tiros a Gregorio Caño, conductor de profesión, al que confundió con un policía. Y solo cinco meses antes de acabar con la vida de Ángel Jesús, mataba en el mercado de la Brecha a José Álvarez Suárez, escolta de un diputado socialistas y padre de un hijo. No le debió impactar nada a la hiena etarra la escena del crío por los suelos en un charco de sangre de su padre, porque poco después asesinaba al gobernador militar de Guipúzcoa en funciones, coronel Luis García Lozano, en el paseo de los Fueros. Una ráfaga de quince disparos de subfusil cuando el semáforo estaba rojo. La mayoría de las balas impactaron en la víctima, que dejó viuda y cinco hijos en vísperas de la noche de Reyes.
EL SOPLÓN ERA BALERDI. También gracias a las informaciones dadas por el canalla retornado de Balerdi, la banda etarra liquidó al quiosquero Vicente López Jiménez, conocido como Tito, bajo la acusación de ser un soplón de la Policía. No lo era y otro «error», como el del chófer, terminó con Tito. Fue en el barrio de Gros, de madrugada. Dos tiros en la cabeza y uno en el estómago, para rematarle.
También el trabajo de seguimiento y el soplo del canalla retornado terminó con el coronel retirado José Lasanta Martínez, con un tiro en el ojo cuando paseaba frente a la playa de la Concha. Tenía 74 años y tras jubilarse decidió seguir viviendo en San Sebastián. Le costó la vida.
Con este currículum, y tras su paso por prisión, Balerdi era recibido esta semana como un héroe en las mismas calles que sembró de muertos. Hablamos de un asesino en serie al que solo el apresamiento por la Policía, en 1992, pudo detener su furia criminal. Esos aplausos dan fe de la sentina que tiene instalada en la cabeza parte de la sociedad vasca, capaz de jalear a semejante ser. Resulta más deprimente aún, por lo viral que demuestra ser esa patología, que en las últimas autonómicas 224.254 personas (un 21 por ciento) votaran a Bildu, el partido que representa los intereses y objetivos del canalla retornado.
La miseria moral de este espectro ideológico, cronificada desde hace décadas, lleva a que el «otro» nacionalismo, testigo silente de la obra de los matarifes, solicite ahora a los proetarras que reconozcan que «matar estuvo mal»… Con eso parece que le basta al PNV, que hasta les exime de que se arrepientan por tanta sangre vertida y vida arrebatada. Y tan ridícula reprobación social llega después de 854 muertos y miles de heridos en 2.472 acciones criminales que han provocado una diáspora de decenas de miles de personas del País Vasco y cuando aún quedan 124 asesinatos sin resolver en los tribunales. Porque aún hay muchos muertos esperando justicia.
Quizá el sector progre (en especial el mediático) debería purgar primero su indignación y su alarma social haciendo prácticas en el País Vasco con la legión de infames que glorifica a los asesinos, con los que acaudillan esa manada, con quienes miran para otro lado y con aquellos que abogan por la homologación automática de los verdugos y el olvido de todo… y pelillos a la mar. Y luego, si le quedan ganas, que siga ajustando cuentas al juez murciano.