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Recordar el momento más trágico del 23 de enero de 1995 es hacerlo pensando en el cambio histórico que marcó el atentado contra Gregorio Ordóñez en el País Vasco.  Esa noche, el sacerdote, fundador y director del Instituto Vasco de Criminología, Antonio Beristain Ipiña, rezó un conmovedor e inolvidable Padrenuestro en la capilla ardiente instalada en el ayuntamiento de San Sebastián. Comprendió “que el asesinato de Gregorio cambió el sentido de nuestra convivencia”, despertando “la compasión existencial”. Se refirió Antonio a Gregorio con la palabra “macrovíctima”,  un término que el profesor Casadevante refiere para las víctimas de crímenes de especial gravedad y con una finalidad política, como lo han sido las víctimas de ETA.

 

 

¿Quiénes son las víctimas?  Pero también, ¿Quiénes son las víctimas jurídicamente? ¿Qué logran las víctimas para los demás? ¿Qué esperan? Sobrecoge escuchar a Consuelo y a Carlos, porque confirman la peor de mis inquietudes: lamentablemente, la víctima jurídica existe desde que la primera Ley se aprueba en este país, en 1999,  es decir, treinta y un años después del primer atentado de ETA. Sorprende por lo inexplicable, injustificable, que la ley llegue treinta y un años más tarde, con 799 asesinatos sólo  de ETA, en suelo español. Sorprende más aún la impunidad de los terroristas y de sus cómplices.

Las víctimas sólo existen en España porque ellas denuncian, ellas reivindican Justicia, Igualdad, Verdad. Consuelo siente que son un “referente ético de paz y convivencia”. Pero como hiciera Gregorio Ordóñez, su hermana Consuelo no está aquí hoy a la cabeza de COVITE para traer paz sino para inquietarnos con verdades como puños y ser el espejo en el que la sociedad no quiere mirarse, especialmente la vasca. El ejemplo vivo de la mayor vulneración de Derechos Humanos en la historia de la democracia española. Eso son las víctimas de ETA.

Siempre estuvieron solas. Y casi la mitad de ellas no tiene sentencia. ¿Cómo se sostiene un estado de derecho sin Justicia? ¿Cómo contarles a nuestros hijos, a las nuevas generaciones, que la sombra de la negociación política ha paralizado investigaciones, detenciones, sentencias?

Consuelo no pensaba en recibir llamadas el día que asesinaron a su hermano Gregorio. Su entorno más cercano reaccionó como si hubiera muerto en un accidente o de una enfermedad. Fue insultada, amenazada, atacada, como tantas otras víctimas de ETA en el País Vasco. Escoltada. Y por fin, abandonó una ciudad que le daba la espalda, donde las víctimas vivían “disimulando” serlo. ¿Cuántas madres han ocultado a sus hijos que su padre ha sido asesinado por ETA? Soledad. Abandono. Y un estado que no responde con una investigación efectiva, para, como nos recuerda Carlos, “conocer los hechos, los autores, se produzcan las detenciones, llegue el juicio …”, ese que falta por llegar a 350 familias españolas. No puedo imaginar vivir con ese dolor, esa impotencia.

¿Por qué se ha tardado tanto en este país  en reconocer a las víctimas del terrorismo de ETA? ¿Cómo se explica tanta insolidaridad en la sociedad vasca? Se las ha escondido deliberadamente y se sigue haciendo hoy ¿Por qué no existe una cultura victimal? Eso sí: existen una ley integral de protección, y también, ¡cómo no!, leyes autonómicas … y las indemnizaciones sólo abundan en la desigualdad, castigando por partida doble precisamente a quienes no tienen sentencia. Carlos asegura, con razón, “no se puede reparar lo irreparable”, pero  en el “club forzoso de las víctimas” la prescripción, la desigualdad se imponen. Más injusticia. Esta vez los responsables, acusa Consuelo, son los políticos.

El estado de derecho ha fracasado rotundamente con las víctimas, duele escribir esta sentencia, abrumadora y veraz, que defienden sin dudar Carlos y Consuelo. Hasta hacer cumplir la ley es complicado;  la simple colocación de placas conmemorativas en las capitales vascas ha sido todo un calvario.

Hoy existe un estatuto jurídico de las víctimas del terrorismo en Europa, pero no ayuda a las víctimas de ETA: Carlos indica que faltan derechos, que no contempla ni la verdad ni la memoria, dos reivindicaciones históricas en España donde no se investigó, donde no se sabe qué pasó en cientos de asesinatos.

Las conclusiones son demoledoras. Carlos asegura que el proyecto político que impulsaba ETA asesinando, secuestrando, amenazando, no se ha derrotado. La expulsión de más de ciento setenta y cuatro mil personas del País Vasco siempre contaminará el censo y la historia del País Vasco a favor del nacionalismo que sigue gobernando en Euskadi. Parece irreversible. Una sociedad que sólo mira a las víctimas para exigirnos perdón y reconciliación. Lo dejó escrito Jean Améry, “un perdón y el olvido promovidos por la presión social son inmorales”.

Consuelo recuerda que el momento en el que el presidente Zapatero da luz verde a la negociación con ETA fue un zarpazo más para el colectivo de víctimas. Asegura que ETA no ha sido derrotada: “no hemos visto la disolución de ETA. El precio lo hemos pagado las víctimas”. Ni Carlos ni Consuelo dejan lugar para la esperanza. Pero con o sin ella, la batalla debe continuar.

 

Si todavía no has visto la exposición “Gregorio Ordóñez: La vida posible”, puedes hacerlo aquí:

 

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