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Fundación Villacisneros

12 enero 2015

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Antes y después, la repetición del asesinato a sangre fría del policía Ahmed Merabet entre alusiones a la «precisión» y «entrenamiento militar» de los criminales. Quizás pronto, cuando la indignación se atenúe, la revista «Rolling Stone» vuelva a dedicar su portada a uno de los terroristas, como ya hizo con el asesino del maratón de Boston en 2013.

¿A qué esperas»? Esa era la invitación de un vídeo yihadista con el que sorprendentemente varias televisiones complementaron ayer sus informaciones sobre el brutal asesinato en París. En la pantalla aparecían asesinos presentados por su propaganda como valerosos soldados con cánticos justificativos de sus barbaries en Siria e Irak. Antes y después, la repetición del asesinato a sangre fría del policía Ahmed Merabet entre alusiones a la «precisión» y «entrenamiento militar» de los criminales. Quizás pronto, cuando la indignación se atenúe, la revista «Rolling Stone» vuelva a dedicar su portada a uno de los terroristas, como ya hizo con el asesino del maratón de Boston en 2013. O el semanario «New Statesman Glose», como hizo hace unos meses, el supuesto romanticismo y aventurismo de jóvenes que viajan a Siria para perpetrar brutalidades que muchos medios siguen presentando en formatos que realzan la espectacularidad y atractivo de puras conductas criminales. Cuando en diciembre la BBC emitió en su programa «Newsnight» testimonios de las madres de algunos de ellos, estos aparecían como adolescentes ingenuos carentes de culpa por sus salvajes comportamientos. Frente a los relatos complacientes, cuando Alan Henning fue decapitado en octubre el diario «The Independent» fundió en negro su portada distinguiéndose de muchos medios que sí publicaron la vergonzosa imagen del verdugo y su víctima con el rostro pixelado. «Un buen hombre ha sido asesinado a sangre fría. Nuestros corazones están con su familia. Fue asesinado ante una cámara para obtener propaganda. Esta es la noticia, no la propaganda», destacó sobre la mancha negra.

Los asesinatos de París persiguen fines propagandísticos con objeto de atemorizar a sus víctimas directas e indirectas. Por un lado los periodistas de «Charlie Hebdo» que combatieron con eficacia la propaganda de los terroristas publicando sátiras que constituyen auténticos análisis políticos. Por otro lado aquellas sociedades en las que fanáticos islamistas desean imponer sus códigos políticos y religiosos. Los terroristas cuentan con ventajas como el factor sorpresa y la vulnerabilidad de sociedades democráticas a las que han extendido su campo de batalla. Sin embargo, no deberíamos tolerar que convirtieran nuestras fortalezas en debilidades insuperables. Ello obliga a comprender la naturaleza de una amenaza terrorista de múltiples manifestaciones que, desgraciadamente, resulta imposible erradicar en su totalidad. Sí es posible, en cambio, contener e incluso desactivar algunos de los efectos que el fundamentalismo islamista busca. Una adecuada y necesaria concienciación sobre la gravedad de la amenaza exige proporcionalidad y constancia en la respuesta, de manera que el terrorismo no provoque el pánico en democracias que han sufrido en el pasado sangrientas y sistemáticas campañas terroristas. Quienes se sorprenden por la ausencia de inhibidores morales y tácticos exhibidos por los terroristas de París deberían recordar masacres perpetradas por individuos fieles a esta misma ideología –Nueva York en 2001, Madrid en 2004, Londres en 2005 u otros idearios –incluso en Europa, como evidencia Irlanda del Norte- que también han recurrido al degollamiento y al asesinato en masa por parte de asesinos armados con kalashnikovs que acribillaron a sus víctimas por pensar diferente.

Todo ello no debe inducir a subestimar la amenaza islamista en términos cualitativos. Es evidente la existencia de individuos altamente radicalizados dispuestos a la violencia y a dificultar las relaciones entre las comunidades inmigrantes y sus sociedades de acogida. La reproducción del islamismo radical es la raíz de uno de los principales potenciadores de riesgo para nuestro propio país donde se aprecien ya inquietantes focos de radicalidad en segmentos de la población musulmana. Por ello decepciona que el Gobierno haya renunciado a aplicar el plan de lucha contra la radicalización elaborado hace ya tiempo y largamente anunciado pero nunca publicado. La ausencia de implementación de un complejo pero imprescindible plan multifacético cuando ya se han cumplido tres años de legislatura evidencia el tiempo perdido. Revela además que nuestras fuerzas de seguridad deben combatir esta amenaza con un flanco débil del que son responsables los decisores políticos. Estos mismos decisores políticos que anuncian nuevos tipos penales que no llegan a materializarse. Resulta además cuestionable que sean necesarias adiciones al marco legal en lugar de aplicar correctamente los instrumentos ya existentes, reforzando, entre otras, las capacidades de inteligencia que faciliten la compleja tarea de investigación de nuestros excelentes profesionales. O dejamos de actuar reactivamente, casi siempre como consecuencia del último atentado, o pagaremos las consecuencias.

 

 

 

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